jueves, febrero 12, 2009

Sólo se trataba de aguantar un par de horas a que pasara ese calor pegajoso. Ni siquiera las ganas de una birra helada helada podía ser motivo suficiente como para moverse. Todo tedio. Ni mirar hacia el costado era entretenido. Ya no había costado. Y el teléfono volvía a sonar y sonar y sonar.
-Hola…
-¿Por qué mierda no contestabas? Sabíamos que estabas ahí… No te descuelgas del facebook!!! – Hace tiempo que no escuchaba ese tono de voz en Camila, estaba molesta, apestada. Extraña.
-Estoy en claustro, no te diré que adiviné que eras tú, pero supuse que tanta insistencia ameritaba contestar ¿Qué pasa? ¿Y ese tonito?
-Mierda! Parece que las malas ondas siempre llegan con el verano…
-¿Qué pasa? Bueno, parece que el verano quema cosas…
-¿Estás encerrado pintando?
-Algo así… ¿Por qué?
-Es Roberto…
-¿Qué pasa ahora con Roberto?
-Crisis pesada… ¿Puedes ir a verlo? Tú sabes que él te escucha.
-Ya se le va a pasar… Ya sabes. Él siempre sale “de esas…”
-Esta es diferente… Tú decides. Chao.

Las crisis de Roberto eran pasajeras, eran como pequeños grandes bajones pasajeros. Él solía encerrarse sin dejar paso a nadie; guardaba unos silencios desesperantes, se le podía derrumbar el mundo entero pero no se daba por enterado. Caía en una suerte de autismo que yo comprendía, quizá por eso me escuchaba, yo sabía de lo que hablaba, eran estados comunes, asociativos en lo íntimo. El dolor llegaba sin misericordia alguna, como con hacha en mano… y cualquier cabeza caía.
Nadie recordaba haberlo visto tan enamorado, tan entregado a ella. Un día, semi borracho, me comentó, que sabía que una mujer llegaría a su vida; no sabía ni su nombre pero ya olía su arribo. Casi nadie recuerda ese comentario; nos abrazamos y le dije que intentara ser feliz. Sólo me respondió que sería una historia triste, que ella llegaría para dejarlo solo…
-Bueno, si comienzas a pensar así, nada será gratis… -Le dije, creyéndole.
-Va ser inevitable, ella lo sabrá. Yo también.
-¿Pero, ninguna oportunidad?
-No, ninguna. Tiene que ser así.
-¿Podrás cambiar algo?
-Quizá… Pero creo que hay algo ya escrito hace años. Sólo debo concluirlo. Conducirlo.
-¿Destino, dices destino?
-Algo así. Ya verás como se dan las cosas…
Y así sucedieron los acontecimientos, como él las había predicho casi como brujo. Ella llegó de la nada, sólo apareció en su vida y él la reconoció en un segundo. Recuerdo ese día; él sólo asintió con la cabeza y me dijo: “Ella es…” No podría decir que era la más hermosa del mundo, pero, a su lado, en eso se trasformaba, en la más hermosa. Él le otorgaba ese acto de fe. Todos se sintieron felices por él. Excepto yo; no era envidia, sólo recordar su comentario y esperar aquella despedida.
Ella, de la misma forma como había llegado, lo dejaba. Él, solo, sólo esperaba aquel día, quieto, como quien sabe el día y la hora exacta de su propia muerte. Disfrutó cada segundo, haciendo la cuenta regresiva sin esperanza. Resignado, como con destino de muerte irremediable.
Se compraron hasta anillos para recordarse. Creo que ella también sabía lo que sucedería. Ninguno de los dos opuso resistencia a sus nuevas fronteras, fueron a sus funerales mutuos, tomados de la mano y se besaron con ternura, sonrieron y apretaron juntos cada puñal sagrado. Yo miraba desde la esquina. Creo que lloré una pequeña memoria, mi insegura tristeza.
Ahora observo su espera. Acaba de tragarse su anillo, junto con enormes sorbos de laxante.
-Me cagaré en el símbolo, y te digo que duele. –Eso me dijo, sin mentir.- Cada vez saldrá más limpio, inevitable. Inevitable. Ya sabíamos que llegaría este día, como estruendo de crujido, sórdido ajeno. No llores. Estaré bien.
Su mirada lo decía todo. No se suicidaría; quizá moriría unos momentos, nada más. Sonreía con tristeza, cansado, agotado de tanta espera.
He pasado días caminando búsquedas de ella, como para preguntarle la historia. Acabo de hablar con él; me dijo que no busque más.