martes, febrero 26, 2008

EL BAÚL
(Cosas que lamen cosas, desde atrás...)
Buscando cualquier cosa llegué hasta ahí, y ahí estaba, cubierto por una vieja manta que me llevaba a mis 9ueve años al Chiloé materno; esa mantita para las lluvias del sur ¿Coincidencia? Ahora recuerdo lo que buscaba. Bolsas plásticas, donde botar viejas cosas que ya me eran desagradables de recordar. Bolsas negras de basura para negros recordatorios de cómo uno puede irse a la mierda en dos segundos o mandar al carajo a alguien, mirándola a la cara.
De rodillas en el piso, no sé por cuánto tiempo, me entretuve pensando en la primera vez que lo vi. Arrinconado en una esquina del dormitorio de “La Meche” . Siempre fue un punto de atención, en ocasiones hasta soñaba con lo que podría tener adentro. Una vez me habló en sueños, no como lo hubiese hecho uno de Walt Disney; sólo alguien hablaba desde su interior en aquel sueño. Ese día, me apuré en llegar a la casa de Meche, pero nada ocurrió. Otras veces, fingía que iba al baño, me colaba en lo de Meche y trataba de abrirlo; nunca pude, siempre estaba con llave, de esas grandes, de bronce, como de candado de la Colonia. Me conformaba con mirarlo.


Al abrirlo, volví a sentir como aquel día en que fue el funeral de Meche, ese día, en que sus hijas decidieron abrirlo y al no encontrar las famosas llaves - alguien dijo que se habían ido con ella - decidieron forzarlo. Dura pelea dio ese baúl. Las maderas crujían pero no cedían; tampoco se trataba de darle de hachazos… la idea era dejarlo lo menos dañado posible.
Haciendo un poco de historia, cada vez que iba a verla, siempre terminaba jugando en su jardín mientras ella ponía un ojo en su tejido y en otro en mí. El hambre, era lo único que siempre me sacaba de mi pequeña jungla, en donde habían ataques aéreos, dinosaurios, carreras de motos, uno que otro rally y la típica invasión extraterrestre, generalmente verde y de Marte… y no olvidar uno que otro episodio de espías en la segunda guerra. El hambre, esa bendita hambre que me otorgaba la posibilidad de inventarme un menú a mi gusto. Después de eso, recostaba mi gran cabeza en sus faldas; ella dejaba su tejido de lana y comenzaba a tejer en mi cabeza. Me dormía hasta que tenía que volver a casa. Oviamente, casi siempre dejaba olvidados los aviones, soldados, marcianos, códigos secretos y mensajes en clave. Así fue hasta que ella se fue.



Una vez abierto el misterioso baúl, fuimos invadimos por antiguas fotos que todos pensábamos inexistentes, personajes “N.N.”, cartas amarillas como las de Nino Bravo, pañuelos bordados a mano y otro baúl más PEQUEÑO, como muñequita rusa. Lo curioso fue que tenía una pequeña llave puesta en su cerradura; baúl “esperador”. Nadie le tomaba atención, estaban hipnotizados, viendo, mirando caras jóvenes, de muchos que ya se habían ido, como “La Meche”. Con extraña cautela lo abrí, como presintiendo “algo”. Ahí estaban, todos, absolutamente todos los juguetes perdidos, todas las historias, todas las tardes de pantalón corto y ciruelas verdes con sal. Al volver de ese trance, sólo me acompañaba Madre Sangre… con esa paciencia de entender por donde yo andaba; a los demás se los había llevado el sol. Una vez en mi Patria, el re-conocimiento fue más meticuloso, hasta encontrar un pequeño zapatito de hierro, estilo Frankenstein. Ese adminículo era el encargado de dejar huellas gigantes entre los autitos matchbox, señal inequívoca de la invasión marciana. Ese día, lo guardé tan bien, que… se me perdió entre todas las cosas - estatuas de mi Patria.
Hoy, entre tanta toda “limpieza” de esas cosas que ya no deseo que cohabiten conmigo, lo he re-encontrado en un rincón, entre fotos y cartas - como las de Nino - y esas típicas servilletas con direcciones nunca visitadas y teléfonos mudos. Y de ahí, a las bolsas negras para basura encontrarme con el baúl recordar a “La Meche” su jardín su tejido mi hambre y yo, nuevamente con el zapatito entre mis manos, de rodillas ante esta especie de tierno ataúd.