sábado, abril 26, 2008




LAS MENTIRAS MUEREN
ENTRE LAS TUYAS Y MIS GRITOS
RESPIRA TODA DISCULPA
MI AHOGO SERÁ ABSOLUTO





Y VOLVER...




VOLVER A BUSCAR
A TIENTAS
A SORBOS DE NO ENCONTRAR
MÁS ALLÁ DEL CIRCULO
A TIENTAS DE TENTAR
SOY RED AL MAR
ESTRELLADO DE LUZ
PELDAÑO A PELDAÑO
DE LUZ






DESPERTAR EN LA MIRADA
PERFUMAR LOS OÍDOS
CAFÉ CALIENTE
OÍDOS SORDOS
LENGUA ASPERA
ABRAZO TIERNO PARA ESCUCHAR




CALMARÉ AL NIÑO DEL ESPEJO!
Y VENDRÁS COMO REFLEJO
SIN NADA QUE DECIR
QUIZÁ TODO
SILENCIO





Quizá nunca lo he comentado o mencionado a alguien, pero en Lynch 55 siempre he estado condenado a que me sucedan cosas; a veces desacostumbradas, otras veces extrañas ALGUNAS insólitas. Siempre me las he arreglado como para llegar cuando lo he querido; caminar desde el Centro hasta allá, sólo ha sido un trámite menor. La última ocasión en que estuve en ese lugar, adiviné que otro episodio estaba a la espera, desde el momento en que caminé por entre esos árboles que le dan a uno esa “rasmillona” bienvenida, esos mismos, esos que algunas noches me regalaron sombra de luna, mientras yo hablaba con gatos y perros.
Esa noche, el Bar se nos hizo chico para todas las ganas de Germán y su cumpleaños; había otro festejo en Lynch 55 y la noche de Abril daba para cualquier cosa. Todos a Lynch 55!!! A desordenarle el locus al Pintor. Invasivos todos, alegres invasores, sonrientes invasores. No recuerdo la hora, recuerdo que la acompañé a que subiera a su taxi de la ocasión… hasta su despedida de colegiala. Al volver, todo estaba algo diferente; podría asegurar que había otras gentes pululando entre la cocina y esa oscura pista de fantasmas danzantes. El tiempo se movía de manera extraña. Unos cuantos “Deja vu” fueron la señal para que mi piloto automático me sacara de ahí, sin despedirme de nadie, sólo desaparecer por entre los árboles.
“Lenta es la espera para quien espera…” dice el bolero, y yo no fui la excepción… hasta el aburrimiento esquinado. Ni un sólo taxi, ni un solo PUTO colectivo; sólo borrachitos insistiendo en la botillería de turno, pasos más allá. A pesar de recordar las innumerables ocasiones en que me recomendaron – por mi seguridad – que no caminara por el barrio antiguo de la Estación de Trenes, mis pies sufrían de Alzheimer. Ya bajando esa pequeña cuesta, al mirar la longitud de mi camino y los bares y tugurios adyacentes, lo único que se me vino a la mente fue la imagen de un campo minado… cada paso una sorpresa. Insisto, siempre hay una vocecita que me avisa cuando puedo o cuando no puedo exacerbar ciertos saltos al vacío. Vuelvo a insistir; aquella extraña noche tenía esa extraña neblina. Y ahí lo vi, apoyado en una vieja muralla, con una antigua luz sobre su nuca. A mi costado pasaban raudas las puertas de los viejos bares y trasnochadas cumbias, gastadas y ebrias declaraciones de amor a putas guatonas, Reinas del desnudo con tajos de cesárea… ¿Pero qué importa? Sólo se trata de festejar cada gesto de cariño a cada ebria soledad.
Con el “Espacio – Tiempo” trastocado en papelillos de arroz, ni si quiera noté que ya estaba en frente de él. Tendría unos 70 años, vestía ropas de Hogar de Beneficencia, su barba estaba descuidada pero sus zapatos brillaban. Olía a esa antigua agua de colonia “Flaño” con la que mi abuela me hacía fricciones después del baño. Gemía casi hasta el sollozo. Aún no encuentro la razón de la sin razón pero permanecí ahí, mirándolo, a un paso de distancia, a punto de acompañarlo en un dueto lacrimoso. Como en acción eléctrica, alzó su mirada hacia mí y secó sus lágrimas. Sus ojos estaban desteñidos, obvio que por noches y noches de vino; acuosos y deslavados…. Pero su mirada era sincera, franca, confiable.
- ¿Amigo, me presta mil pesos? – No pude evitar sonreír con eso de “me presta”. De manera casi robótica, mi mano en mi bolsillo separaba billetes, intentando que él no lo notara.
- ¿Y para qué sería? – Le dije con ironía...
- Para tomarme algo, ando como tristón… - Sin duda su lenguaje me llamó la atención, no se le escapaba ninguna “ese” y modulaba demasiado bien.
- Veamos pues, mi amigo… Tengo un billete ¿Le sirve?
- Excelente!
- Pero antes, dígame… ¿Por qué lloraba?
- Espero que me acompañe… y de eso hablaremos; sólo le puedo decir que esperaba que Dios me tirara una cuerda para colgarme de ese farol, ese, de aquí arriba…
-¿Tanto así?
- Es mi naturaleza experimentar… - A esas alturas del cuento, sólo se trataba de esperar a que a cada segundo, él me sorprendiera; ya esa paranoica preocupación por ese “Barrio Duro” había desaparecido, yo sólo quería permanecer ahí, sucediera lo que sucediera…
- ¿Le queda algo para fumar al amigo?
- ¿Tabaco? - Le respondí…
- No, eso que le alumbraba mientras caminaba hacia mí… - Ante ese comentario. Sólo atiné a susurrar “sin comentarios” y saqué algo de mi billetera.
Fumamos, ninguno de los dos dijo palabra. Yo atinaba tiempo en tiempo a mirar ese antiguo farol que nos iluminaba mientras “desafiábamos” sin preocuparnos de las redadas de la Ley.
- Vamos, mi amigo… - Se puso a caminar, como con la seguridad de que lo seguiría. Lo hice, sin parpadear siquiera, hasta un bar de mala muerte muerte, como ese en que mataron a Amanda.
Me hizo una señal en frente de una puerta, ahí debíamos entrar. Al estar en el interior, todos me miraron, hasta mi incomodidad.
- No se preocupe el amigo, su salvavidas hoy soy yo… - Después de su comentario rápido se me adelantó a la barra, sonrió con el cantinero – porque eso era una cantina -, le dijo algo y el personaje me saludó a la distancia.
Nos sentamos en una mesa… con vista a todo el espectro de humanos transitantes. Al ver llegar una jarra de dos litros de vino tinto con frutillas no pude evitar comentarle que yo creía que era para un vaso de vino…
- No, mi amigo; sólo quería saber quién se cruzaba en mi suicidio… por eso le pedí “presssss… taaaaa… doooo”
- No entiendo mucho, pero… salud!
- Salud!
Por mi estado, admito que nuevamente estaba agradado, sin tiempo y con el culo a 5 centímetros de la silla, flotando y sonriendo… y volví a la carga del cargante.
- Pero, ¿Usted me va a decir por qué quiere morir?
- Es simple, mi amigo… Quiero saber.
- ¿Saber qué? – Me dí cuenta de que yo ya no tenía tabaco y sabía que tratar de conseguirlo era inútil.
- Saber, por ejemplo… Que usted no se imagina que yo tenga dos cajetillas de cigarrillos y que no fume ¿Curioso, verdad?
- ¿Y cómo sabe que fumo?
- Simple! Mi amigo, usted se fumó dos cigarrillos, en tres cuadras, antes de llegar a la esquina en donde yo estaba…
- ¿Verdad?
- Clarito…
Hubo un silencio agradable mientras yo me dedicaba a observar a la “Fauna” humana existente en el local… Claro está, que algunos ya estaban en estado de “Flora”. Él, rompió el silencio mientras metía toda su mano en la jarra de vino… Me miró y me acercó unos Marlboro Red.
- Si hay que morir… que sea en lo que nos gusta… ¿O no? ¿Sabe, mi amigo?
- ¿Qué pasa?
- Piense…
- ¿Por qué? – Ante mi cruel pregunta, él sólo guardó silencio y me ofreció frutas desde su mano y me miró fijamente…
- La Muerte, mi amigo… La Muerte ¿Para Usted es un paso a vida mejor? ¿O será pagar lo que hizo y no hizo? ¿Cree en Dios? ¿Su consecuencia? ¿Acaso ha vivido en consecuencia Divina? ¿Y si soy el Demonio?... Salud!
- Bueno… Más bien, no creo mucho en eso.
- Debiera creer, o si no, no le prestaría plata, digo prestaría y lo repito, prestaría plata a cualquier suicida… ¿no cree? ¿O ya siente que me conoce?
- Bueno, si lo coloca así… Creo que…
- Nada! ¿Usted es de esos, esos que juran que todo se basa entre estar y no estar? ¿El paraíso se paga en Euros? Nada es anécdota!! Gran cosa!!! Usted no me ha salvado de nada… Mañana no recordaré el día de mi muerte; quizá Usted si. No deseo pasar de largo… ¿Y Usted?
- Tampoco… tan poco! Y ya me mareé! Creo que debo marchar…
- No se preocupe mi amigo. Mire a su alrededor. Nosotros lo vamos a dejar. Ya sé que apartó su billete para el taxi, ¿Pero? ¿No le gustaría caminar?
Silencios… Miré mi entorno, y todos esos antiguos borrachitos me miraban con caras de mañanas. Despiertos. Saludables. Amables.
Lo último que vi fue su mirada. Me dijo que él cerraría la puerta. Que muriera un rato en paz. Que nada de terrible tenía el despertar.
Días después, volví a ese farol y nunca lo volví a ver.