sábado, septiembre 08, 2007

Ha caído, sagrado, estoico y orgulloso una noche de temporal, de viento y ruidos nocturnos que ya no asustan desde que lo conocí; más bien, sonidos que acompañan. Se resistió antes de hacerlo. La voz des sus brazos me acunaban; aun cuando él ya sabía que estaba muriendo.
Subí mi niñez hacia sus verdes melodías, tardes enteras, hasta dormir; no le temí al cuervo negro negro allá arriba. Encontré todo lo que otros encontraban en el suelo.
Conocí con él, mis primeros y austeros soliloquios... trepado, aprendí que la soledad, era buena para "eso de acariciar"... si se tenía un buen libro. Me alimentó de entusiasmo, porque su altura era un desafío.
Hubo noches de heroicos escapes silenciosos, sólo para escucharlo a escondidas en el patio de la infancia -aunque mi Padre ya sabía mi secreto-, noches de temporales oscuros, lluvias sin estribos. Cuando estaba con él todo era extraño sosiego; él me movía a su ritmo de natura... mientras a otros, aquellos temporales les hacían llamar a sus madres.
Supe que no debía tatuar su cuerpo desde aquel que, con fiebre, se me ocurrió abrazarlo y sentir aquello tan extraño. Supongo, debe haber reído aquel día en que creí poder volar y me lancé desde él... y después, yo, todo "aterrizado", mirar las nubes, jurando que sus brazos las tocaban. Fue testigo de llantos y promesas de venganza sacra.
Anoche, sentí su crujir de despedida... Otra más en mi lista.
Al carajo Pavarotti. El manzano de mi infancia está tendido.