jueves, mayo 29, 2008

25 MINUTOS...
Extrañamente, esa noche se adormeció muy temprano para sus costumbres horarias. Intentó resistirse, ver algo en la TV. pero eso no surtió efecto, estaba como dopado, drogado. El frío era cada vez más obtuso, decidió que lo mejor sería un té con limón para temperar su cuerpo, acostarse prácticamente vestido y buscar el descanso. Era su segunda noche como “cuidador nocturno” de aquella casa… - “Cuidadito con las fiestas!” - Le había recomendado ella, con una leve risita irónica, momentos antes de encaminarse al bus que la llevaría a Santiago por un par de días. A él, le hubiera costado un par de llamadas para armar un panorama; tampoco deseaba aquello, quería disfrutar una suerte de encierro voluntario, a solas, en paisaje ajeno. Un par de gatas y unas tortugas fueron las únicas invitadas.


Al despertar, pensó que había dormido ya lo suficiente. Buscó a tientas su teléfono celular para ver la hora; sólo habían transcurrido algo así como 25 minutos. Pensó también que el hambre y el frío eran los motivos de aquel extraño insomnio. A oscuras se vistió y se dirigió a la cocina por un par de huevos revueltos y otro té caliente… una sopa caliente también podía ser una salida válida, pero el frío le recordó el tiempo de preparación. Una gata negra lo acompañó por unos momentos y después le insinuó, sentada a un costado de la puerta de calle, sus deseos de la noche callejera.



Recordó que en una pequeña mesa aun le quedaba tabaco y unas películas en DVD’s. Esa opción no soportó análisis; demasiado frío. Volvió a su costumbre de hablar a solas, y sin darse cuenta, ya los huevos habían desaparecido del sartén. Con apuro volvió a esa cama nuevamente gélida; murmuró que el frío era sólo un estado mental y volvió a buscar el sueño. Las 2 de la mañana. Transcurridos unos minutos volvió a despertarse con esa misma sensación, con los deseos de que ya amaneciera, pero nada. Los hechos se repitieron… los mismos 25 minutos! Se sentó en la cama, encendió la TV. hasta que sus manos se congelaron. Un tabaco, un vaso de agua y apagó el aparato y nuevamente a oscuras, volvió a desear dormir hasta llegada la mañana. Y volvieron otros 25 minutos… volvió a hablar a solas, mirando el cielo raso, ironizando sobre aquella extraña noche; buscaba una solución… - “Sino fuera por este puto frío, saldría a caminar, hasta el cansancio” - dijo, esperando respuesta; obvio que no la encontró. Su último gesto antes de volver a dormirse fue una sonrisa.

Al volver a volver a volver a despertar no abrió los ojos inmediatamente; adivinó que sólo eran otros 25 minutos. La calle estaba completamente vacía, ni un solo auto nocturno, ninguna voz, nada, ni siquiera a lo lejos. Aun con los ojos cerrados, se esforzó por encontrar algún sonido en medio de la noche, nada, o casi nada. Repentinamente, comenzó a sentir una extraña y fuerte presencia en el exterior de la casa, aguantó la respiración e intentó escuchar con más atención; todo en silencio, pero aquella presencia continuaba. Al recordar que aquella casa ya había sufrido un robo, se decidió y abrió los ojos de golpe. Ahí la vio. La figura de un hombre a contra luz que se acercaba a los ventanales de la pieza. Ya apoyado en el vidrio, hacía intentos como para poder ver hacia el interior. Él se incorporó lenta y silenciosamente, se paró en frente de aquella figura y lo observó por unos minutos; se le ocurrió que si abría de golpe las cortinas, podría producir la suficiente sorpresa en aquel visitante como para que desistiera de cualquier intento de entrar a la casa. Aquel hombre, ya apoyado en el vidrio, intentaba cubrir los reflejos de la luz de la entrada con sus dos manos, estaba tan cerca que su respiración lo empañaba.





Contó hasta tres y corrió las cortinas, mirándolo fijamente. Con sorpresa descubrió que aquel hombre no lo podía ver. Incrédulo, se acercó al vidrio hasta que ese ventanal era lo único que separaba sus caras. Ningún resultado. Aquel visitante no lo podía ver; intentó con unas maromas, incluso le bailó como Michael Jackson…
¿Qué haría un hombre ciego tratando de entrar a una casa ajena? Con sus uñas dio pequeños golpecitos al vidrio pero nuevamente sin resultado alguno; el hombre seguía ahí, adosado a la ventana ¿Qué haría un ciego y sordo en aquel surrealista cometido?
Al sentir que el frío regresaba decidió volver a la cama, obviamente sin dejar de observar con atención a aquel hombre que ya se iba por donde había llegado. El frío y el sueño se marchaban también con él. Amanecía lentamente aquella extraña experiencia mientras él se convencía que podía ser una especie de sonambulismo, y que en realidad, recién acababa de despertar.
Otra taza de té le haría bien. Ya en la cocina, volvió a recordar el episodio de la ventana con una sonrisa. Intentó tomar un tazón blanco y no pudo. Intentó con el azucarero y no pudo. Inútil también fue con una cuchara. Sus manos no lograban agarrar nada, pasaban a través de los objetos. Sonrió nerviosamente, tratando de convencerse de que era un sueño y que lo recordaría con entusiasmo al narrárselo a ella, que regresaba desde Santiago en unas horas más.
Las cosas se fueron de control. Al volver a la pieza, descubrió con espanto que él estaba en la cama, durmiendo. Recordó un artículo, en donde se explicaba que en una ocasión, había algún tipo de hongos que se alojaban en las hojas del té y que la infusión podía, en algunos casos, producir cierto tipo de alucinaciones. Decidió sentarse a un costado de su propio cuerpo a esperar un ya paranoico despertar.
Pasaron un par de largas horas y sus inútiles intentos por despertarse se hicieron angustiosos; incluso, en algún momento, se desesperó y lanzó un golpe a la pared… Su mano sólo se hundió en la blanca superficie.





En un momento, pareció darse por vencido y se recostó a un costado de sí mismo, parecía agotado; creyó fuertemente en la posibilidad de la demencia.
El sonido de su celular lo sacó de su atontado reposo. Su cuerpo físico pasaba por sobre él y contestaba la llamada. Era ella que ya estaba de regreso en la ciudad y le pedía que le abriera la puerta en unos minutos más. Él intentó gritarse a sí mismo sin obtener ni siquiera una mínima reacción; su rostro se desarmó y lloró un momento, se abrazó con fuerza mientras observaba como su cuerpo se levantaba con frío para cumplir aquel compromiso con la recién llegada. Se vio saludarla y acostarse junto a ella. Inútil fue tratar se comunicarse con ella, no podía escribir ni mover objetos; intentó acariciarle el pelo. Nada ocurrió.
La noche siguiente, ella se despertó casi con miedo; no quería abrir los ojos al sentirse observada. Pensó en llegar hasta la estufa, armarse con el atizador del fuego y llamar a la Policía. Ahí lo vio. Era él, tratando de mirar hacia adentro de la casa; al reconocerlo sonrió y abrió de golpe las cortinas… él seguía con sus dos manos apoyadas en el vidrio, intentando atenuar los brillos de la luz de la entrada.. Su sonrisa desapareció al descubrir que él no la podía ver.