sábado, junio 28, 2008

LA FIEBRE...
A pesar de la fiebre que lo atontaba por la amigdalítis que lo atacaba, logró escucharla toser aquella mala noche; como pudo se arropó y fue a la pieza donde ella dormía... Era su pacto, ese de cuidarse mutuamente, siempre.
La luz de la luna llena iluminaba ese espacio; no le fue necesario encender la luz. Se acercó lentamente para no despertarla, igual adivinó que no dormía.
Se sentó con cuidado al borde de la cama y le sonrió. Le dijo que no era necesario preguntarle cómo se sentía, bastaba con escucharla toser; que no se preocupara, de esa iban a salir y que el almuerzo de el día siguiente ya estaba planeado. Recordó cuantas noches ella permanecía a su lado, hasta el amanecer, hasta verlo mejor, hasta verlo bien. Ironizó con la delgadez de sus piernas pálidas y le dijo que saldría de esa depresión como tantas veces ya lo había hecho, que sólo era un bajón sin respuestas. Ella permanecía en silencio, él sentía su mirada.
Sonrió después de tararearle una canción de Pedro Aznar, con la cual ellos dos recordaban a un hijo robado. Con disimulo, él dejó caer una pequeña lagrima rabiosa; hace tiempo que la tristeza mutaba a veces en rabia. Le preguntó si ella recordaba la última vez que habían estado juntos, los tres, en aquel soleado patio de la casa de siempre; él le volvió a narrar hasta el último detalle de esa tarde de limonadas. Trató de seguir hablándole, aquel silencio era impermeable.
Volvió a hablar, cambiando el tema... Le comentó que las cuentas estaban pagadas y que la casa seguía en pie y que no era necesario qe se levantara al otro día; él le subiría el desayuno cuando ella quisiera. Insistió en que el gato y el perro ya habían sido alimentados, la máquina para lavar había hecho lo suyo y las luces estaban todas apagadas.
Su cuerpo tiritaba por los calofríos y la fiebre; sin medir respuesta, deslizó su mano para acariciarla como lo había hecho tantas noches mientras ella dormía. Sólo encontró encontró un helado colchón vacío... La trsiteza lo golpeó por la espalda, tan fuerte, que lo obligó a levantarse.
"Chau, Loca!" - le dijo, como acostumbraba a despedirse cada noche de ella.