lunes, noviembre 19, 2007

"AMANDA"
(... o la puta hora de mis pérdidas)
Siempre que le ocurrían extraños acontecimientos, solía sonreírme y susurrarme al oído… “He superado cosas peores” Nuestras vidas se habían cruzado una oscura y lluviosa noche de Agosto. Puedo decir que era el octavo día; suele ser un fecha muy especial para mí, por eso lo recuerdo. Entré “hecho sopa” de mojado a ese bar. Ella me miró, y me regaló esa sonrisa que a muchos había trastornado; era como un beso, de esos exquisitos, los inolvidables. No recuerdo cómo, pero como fantasma llegó a sentarse a mi lado, en aquella barra. La conversación se inició con su comentario de mi agrado por caminar bajo la lluvia… “No es la primera vez que te he visto caminando bajo la lluvia, a orillas del río; hoy lo has vuelto a hacer, te he mirado…” Pasaron bastantes horas antes de contarnos nuestros nombres; ya antes habíamos compartido partes de nuestras vidas. Descubrimos nuestros placeres culpables y amó el echo de que no me gustara el fútbol. Nadie entendía nada; hablábamos y hablamos como si fuéramos viejos amigos, esos de siempre. Esa madrugada, terminamos en un extraño cumpleaños en un extraño departamento con vista al río. Aunque nos cedieron un camastro improvisado, nosotros insistimos en arroparnos sobre una especie de sillas de playa, frente a un ventanal panorámico. Descubrimos, en una especie de consulta pública que, casi un 90% de los asistentes, ignoraba que la palabra “Mir” significa PAZ en ruso; también descubrimos, cosa curiosa, que en esa cocina se almacenaba extrañamente, demasiado alcohol… cosa que nos agradó mucho! Elucubramos, entre risas, mil teorías sobre el por qué de esa extraña cantidad de cajas apiladas, de Pisco, Whisky, Vodka, Ginebras y Mostos. Me confesó que no conocía mucho al anfitrión; que podría ser un traficante, un contrabandista. Volvió a besarme con su sonrisa, mientras nos acomodábamos para ver como la lluvia mojaba al río, cada uno con su botella elegida con esmero de niños… como encerrados en una chocolatería, eligiendo sin apuro y con desfachatez; sabiendo que aquella oportunidad que nos regalaba la vida, era una de esas escasas, muy escasas. Brindamos por habernos conocido y lo certificamos con un pequeño roce de labios. Algo mágico pasó, desde el primer segundo, cuando nos juntó el camino. Salimos de ahí, a eso de las 9 de la mañana, después de robar dos botellas escogidas, una de vodka para ella y una de Jack Daniel’s para mí; a buscar un lugar donde beber birras. Todo exquisitamente OK. Éramos do2 humanos, hedonistas y dionisiacos.


Hablar con ella, siempre fue mirar a sus ojos y bajar a su sonrisa y viceversa; aunque ella me dijera que yo poseía una mirada triste, nunca dejé de mirarla. Nos fuimos a su casa, cerca de una playa, rogando a Baco que la policía no nos detuviera; ese auto era una verdadera cantina… y a esas alturas, no podía finalizar tanta buena jarana, en un perdido calabozo, con olor a excremento y a orina; no, esa no era la idea, aquello recién comenzaba para nosotros y siempre lo asumimos.
Al entrar a su casa, puedo decir que se me presentó la película de la persona que me había raptado amigablemente; describir ese espacio físico no viene al tema. Sólo puedo dar un detalle: tr3s grandes plantas que nos dispusimos a cosechar, secar y fumar. Después de eso vino el cansancio, el cuerpo pasaba la cuenta, y sin darnos por enterados, despertamos desnudos y abrazados. Desde ahí que la ansiedad se volvió veneno y llegábamos agotados de no vernos. Dando tumbos en cualquier bajada de calle. Y me miraba y sonreía. Y todo, nuevamente “de cero”. La vida nos esperaba, siempre con sorpresas.
Y llegó el momento, después de mirarla dormir (hasta dormida, sonreía) que descubrí que ella poseía otro nombre; y la bauticé “Amanda”, como la canción de Víctor Jara… Nadie podía ser más adecuada como para llevar tan adecuado nombre; ella era una de esas hembras “aperradas”, fieles, cómplices, siempre a tu lado. Una de esas féminas que te miran y sin apuro, te dicen que te amarán hasta que mueran pero, como yo no estaba en ese cuento, esquivando cosas de esas, de puro herido, no me subí a ese barco… “Verte me hace mal, pero sabes que te adoro… es hermosos verte despertar a mi lado!” Y desapareció un día, hasta que la magia no re encontró en Valparaíso cualquier noche de bar. Hasta lloramos, borrachitos y juguetones y todo nuevamente nuevamente nuevamente, hasta cansarnos, como si un año fuera nada.
Este sábado me llamaron de mañana, avisándome que la pillaron muerta a golpes, a la salida de un bar de mala muerte. Seguramente, como era toda una “niñita bien” de “familia bien”, nada habrá salido en las crónicas rojas de las páginas de policiales…
Algo se me fue con ella y este cabrón duelo no es suficiente.



Y AHORA, QUE VENGA DIOS,
Y ME DIGA QUE NO ES FÁCIL TORCERLE LA MANO...