sábado, febrero 23, 2008

SORDERA...
Un pequeño hilillo de sangre brotaba desde su oído, recorría su mejilla, hasta llegar a su cuello, hasta depositarse en una especie de laguna, en la hendidura de su clavícula. Él, mientras limpiaba la sangre del palillo de madera número 8 y volvía a introducirlo en el tejido, no dejaba de mirarla. Cogió el control remoto como a ciegas y subió el volumen a la TV…
-“Y ahora, amigas mías, después de haber completado las 10 primeras hileras de nuestra bufanda, procederemos a tejer con un punto cruzado revés…”
Él parecía hipnotizado por la pantalla, se esmeraba por seguir con éxito las indicaciones de su curso de tejido por TV. Hasta en el más mínimo detalle.
De vez en vez, él la miraba a ella, de reojo, sin disimular su molestia, el desagrado ante su presencia. Con una calma extremadamente lenta, dejó a un costado de la almohada el tejido y se acercó a ella, prácticamente reptando. Cuando su boca estuvo a escasos centímetros de aquella oreja del hilillo de sangre que iría a parar a la laguna en la hendidura de la clavícula, respiró muy hondo y con todas sus fuerzas le gritó…
- “Te lo dije mil veces, un millón de veces… Cuando yo dejara de hablar, te quedarías sorda!!!…”



FOTOS PIRÓMANAS...
(La negación.)
Después de vernos muchas noches, sólo nos faltaba saludarnos; era obvio. Siempre vestía unos jeans y una chaqueta de Alpaca gris. Una birra fue el ilativo y el tabaco negro el sello. Junio entero, cuando no sabes si lloverá o verás la luna. Y fue ese el día, ese primer día cuando me invitó a conocer su casa.
Admito que guardé silencio por minutos; inmenso espectáculo de ver tantas cosas apiladas - Entre “recolectores” nos entendemos - Me mostró la foto de ella; sin dudarlo le dije que era hermosa. Le pregunté la más obvia de las pregunta: “¿Y tú?”… “Yo era el fotógrafo!” me respondió sin mirarme. Obvio. Mientras subía lentamente las escaleras, me contó que a ella no le gustaban las visitas. Bajó, sonriendo. Me comentó que otro día sería el adecuado para las presentaciones… “Vamos a la cocina, ahí estaremos más cómodos y no meteremos tanta bulla…” Sus palabras eran calidas cariñosas casi paternales. Se acercó al microondas y despegó un mensaje de su puerta. Sonrió mientras me comentaba que su mujer siempre le dejaba la comida preparada, para que él no se acostara con hambre. Aquella cocina era extrañamente alta comparada con las otras habitaciones, como si toda la casa se hubiera construido en torno a esa cocina. Las paredes estaban saturadas de fotografías extrañas, toda la temática parecía no pertenecer ahí, eran imágenes como las recurrentes en una habitación de cualquier adolescente que comienza a protestar por todo. Hiroshima, la premiada foto del ajusticiamiento callejero en Viet Nam, la imagen de una madre amamantando a su hijo, cargando un fusil de asalto. Imágenes de las protestas en Agosto del ’86, la matanza de focas en el Ártico, el alunizaje del Apolo 11, un decapitamiento en Afganistán, soldados argentinos prisioneros en las Malvinas, Pinochet con gafas presidiendo la Junta Militar, un monje tibetano quemándose a lo Bonzo, un feto en un frasco, un ahorcado, un fusilamiento en secuencia, La Moneda bombardeada, antiguas litografías de aparatos medievales de tortura. Una foto de gran tamaño de Hitler, en blanco y negro, hecha de tal manera que nunca dejaba de mirar fijamente; donde se podía leer: “Sonríe, Dios te mira!”.
Al volver la vista hacia la pequeña mesa de aquella cocina, descubrí con algo de culpa que mi anfitrión sostenía el tenedor encima de su cena, sin probar bocado, como dándome el tiempo necesario para que yo escudriñara esas paredes. Antes de que yo pudiera emitir cualquier opinión o pregunta, él se adelantó a explicarme el por qué de las fotos y por qué precisamente en la cocina… “En esta casa, lo más cotidiano por habitar es nuestra cocina y el living; obviamente también el dormitorio, generalmente a deshoras. Pensé mucho antes de fijarlas a la pared de la cocina. Descubrí que debían estar ahí, para cuando sintiese el agrado de comer, de la gula de un Pie de Limón; nunca olvidar al hombre en su genial dimensión del horror; donde y cuando se comen los unos a los otros, en innumerables “Últimas Cenas”…” Nada que agregar ante tanta convicción, él era uno de esos personajes que no necesitan levantar la voz en pro de sus ideas; su pasión iba por las entrañas y afloraba, gota a gota, por cualquier parte en donde hubiese piel. Ya sentados en el living, comenzó a explicarme las diferentes situaciones momificadas en las innumerables fotos sobre los muebles. Se podía adivinar una suerte de melancolía contenida; sin duda él amaba a la mujer que dormía en el segundo piso.
Las visitas a su casa se repetían cada vez que el Bar cerraba temprano; jugaba a cambiar las fotos de las paredes de la cocina o agregar unas nuevas… Se trataba de que él jugaba conmigo, con mi memoria visual. Después, a tomar Ron o Tequila al living y hablar de su pareja, para terminar viendo antiguas películas del Bogart hasta que se dormía en su sillón. A veces, adoptaba una postura tragicómica, como si fuera un muñeco a quien le sacaran las pilas. Se transformaba en un muñeco de trapo en un sillón de cuero café oscuro, todo agrietado por la misma postura de él, por años.


Llegó aquel día de la lluvia insufrible y un mísero tráfico de taxis hacia mi Patria. No dudé en aceptar su invitación a dormir en ese mullido y cómodo sofá. El sueño esquivo, el reloj de pared y el hambre no me permitieron relajarme. Me levanté con el cuidado del ladrón y decidí ir de asalto al refrigerador, casi llegando a aquella puerta amarilla que tenía pegada una foto de unos caníbales de Nueva Guinea, alcancé a escucharlo hablar, enumerar cosas, como en una lista. Al empujar lentamente esa puerta, descubrí que él permanecía sólo, escribiendo una nota en esos papelitos amarillos y lo pegaba a la puerta del microondas. Se auto dedicó unas “Buenas noches”,justo cuando yo huía hacia el baño del primer piso. Aguardé lo suficiente hasta escuchar sus ronquidos. Subí esa escalera, no olvidando que el sexto peldaño crujía, abrí con cuidado la puerta de su dormitorio y observé que las paredes presentaban el mismo espectáculo de las paredes de la cocina, pero la temática era diferente; sólo habían fotos de ella, creo que miles, pero ella no dormía a su lado, es más, era notorio que ese lado no era transgredido por él. Aquella mañana lo esperé en la cocina; dos o tres preguntas y me iría. Dos o tres preguntas, nada más. Después del protocolar y matinal saludo, me comentó que debía prepararle desayuno a ella, ya que había amanecido con dolor de cabeza por tanta fumadera de tabaco. Yo sólo atinaba a mover mi cabeza a manera de afirmación. Al volver, supongo que mi cara ya era diferente, me preguntó qué me sucedía que me preocupaba o molestaba. Todo fue sin anestesia, reclamé ante su fraude y su mentira; él sólo atinó a sentarse, sin dejar de mirarme fijamente a los ojos mientras yo notaba que el volumen de mi voz iba en aumento… “Nada de esto existe, huevón! ella no existe, tu cena no existe, tu relación no es tal, quizá ni ella esté viva, quizá ni siquiera te amó… ¿Qué mierda sucede aquí?”
No quitó sus ojos de mi mirada mientras duró mi berrinche. Cuando notó que yo ya no poseía más argumentos en mi cabeza, como para seguir increpándolo, sólo se puso de pie, caminó por el pasillo y abrió la puerta de calle, sin decir palabra y con un lento gentil gesto me invitó a irme.
Por razones que no vienen al caso enumerar, dejé la ciudad y el bar por unas semanas, estacionados, en espera. Al volver, me dirigí a esa barra para preguntar por él. Nadie lo había visto hace días… “El último día que lo vimos, ustedes se fueron caminando juntos, hacia abajo” - comentaron. Decidí ir por él, invitarle unas birras heladas y pedirle perdón por habérmelas dado de Dios y haberle asesinado sueños; como si yo tuviera el derecho, el poder de destazar esperanzas ajenas. Bajé aquella cuesta con rabia, con ganas de lanzarme a rodar por el cemento a modo de auto castigo. Al llegar a la esquina vi con algo de espanto el espectáculo grotesco… Aquella casa ardía casi por completo. Los bomberos corrían de allá para acá, gritaban. Pensé en que él podría estar en el interior, quemado muerto inmóvil, como en una de sus fotos de la cocina.
Escuché su voz a mis espaldas, estaba sentado en la solera, mirando apaciblemente como se quemaba todo. Sostenía una foto entre sus manos… “¿Sabes? Entre tú y yo, esto nunca fue un corto circuito, yo hice todo esto y no me arrepiento. Ya era hora de despertar y te doy las gracias por eso…” Antes de desaparecer entre la gente, los bomberos y los pirómanos en potencia, estiró su mano y me entregó una foto rota por la mitad, en donde salía él, sentado en la barra del Bar. Yo sabía que en la mitad que faltaba estaba yo, sentado a su lado. Me sonrió diciendo… “La otra mitad, creo que me la he ganado. Adiós mi amigo. Reserva mi puesto en el Bar…”






ECLIPSE...

BAILA LA RABIA BÁILALA
ENTRE NUBES
TRANSPARENCIAS
EN VÉRTICE EN ESPIRAL
MOVERSE EN EL CENTRO
POLEAS CARGADAS DEL SUBE Y BAJA
INICIOS CIEGOS SIN SABER
CUÁL FUE EL PRIMER HUEVO
DEL MIEDO DEL REPTIL
DE LO INESPERADO
DE LOS SUEÑOS ANFIBIOS
DEL SUCESO TARDÍO
PERDER
EXTRAVIAR
POR EL ANTIGUO AGUJERITO NEGRO
DEL BOLSILLO PERRO
LAS GANAS DE DARME LAS ANALES GANAS
LUJO DE VERME
TAPÁNDOME LA MIRADA
CON PEDAZO DE CARNE FRESCA
CAÍDA LIBRE
CAÍDA LIBRE
CAÍDA LIBRE TRES PISOS MÁS ARRIBA
BESANDO UNA LUNA
DE SOMBRA ROJA
A LA VALDIVIANA
SALIVAS A SU REFLEJO
EN PLENA COPA DE VINO
RECOBRAR EL SENTIDO
SIENDO UN GULLIVER
ATADO POR MIS PEQUEÑAS TRISTEZAS
SOMNOLIENTAS
CÍNICAS
HAMBRIENTAS