martes, enero 13, 2009

BARQUITOS DE PAPEL...
El sol por esos días había sido cruel para los fotofóbicos. Extremadamente toxico para aquellos que ya habíamos dejado de ser reptiles, posados sobre piedras, “al espiedo”, esperando a que la vida sólo sucediera. Y repentinamente, a pesar del pronóstico del clima verborreado por la TV. todo se comenzó a nublar y una sonrisa apareció en mi cara. Poco o poco, casi con vergüenza, la lluvia apareció. Era como si estuviese solicitando una suerte de permiso para volver, después de una ausencia no justificada… Esas ausencias duelen.
Le abrí las puertas a mi hermano Vincent, quien moviendo la cola, desapareció en la calle.
No había ropajes para la ocasión; no debían haberlos… desde niño yo ya había quemado todos mis paraguas. La caminata debía ser sin rumbo, sólo se permitiría sentir el agua, empapándome de a poco, haciendo cada vez más pesada aquella camisa del apuro.
Los rostros de las gentes en las calles no disimulaban una especie de molestia; algunos corrían histéricos, cubriendo sus cabezas con papeles o bolsas de supermercado, todos escapando de su diluvio. Sus coloridas poleras comenzaban a teñirse de otro color. Yo sólo sonreía… “¿Cómo tanto?” - Pensé.

Por esas cosas de la costumbre casi adivinada, llegué hasta orillas del río. Fue agradable encontrarme con otros sonrientes “ex anfibios” que se comunicaban, todos, sólo con sonrisas de agrado, casi infantil, puras. Mi agrado fue mayor al verlo a Él, caminando hacia, sosteniendo un gran bulto entre los brazos. Venía vestido casi formalmente, como si para él fuese una ocasión ritual. Al saludarnos, me percaté que aquel bulto era una gran cantidad de revistas de multitiendas, todas perfectamente embolsadas en plástico. No, él podía trabajar en muchas cosas, pero de promotor de multitienda definitivamente no. Rotundamente no!!!
-Hey ¿qué haces con esas huevadas?
-Las estoy robando de las casas, tú sabes que a ella le gusta hojearlas… Si lo deseas, puedes acompañarme.
–Yo no entendí esa frase suya; todos ya sabíamos que “ella” y todo aquello ya habían tenido su desenlace. No quise decirle nada, incluso lo observé morbosamente para tratar de saber si estaba ebrio. Nada; sólo tiritaba a ratos, como si la lluvia se le hubiese enfriado en el cuerpo. Estaba pálido, muy pálido; su mirada sólo se dirigía hacia el puente, metros más allá.
-¿Y tantas de las mismas? –Le pregunté con una leve sonrisita ahuevonada.
-Si… Es por si se le pierde alguna hoja, no me gustaría que eso sucediera
.



Una vez ya sentados a orillas del río y a un costado del pilar gigante de aquel puente, él comenzó meticulosamente a abrir aquellas bolsas y sacar las revistas, ordenarlas una a una entre él y yo… y en ecológico gesto, guardar finalmente todas aquellas bolsas plásticas en sus bolsillos de su chaqueta.
Eran 20 revistas de ofertas de multitienda; lo sé ya que las repartió equitativamente entre los dos… 10 para cada uno.
-¿Me ayudas? –Me preguntó sin mirarme.
-Bueno… no tengo problema, solamente explícame lo que debo hacer.
-Mírame, es simple…
A esas alturas yo no sabía si emocionarme o mandarlo al carajo… Él, comenzó a deshojar , una a una esas revistas, y con mucho cuidado, con cada hoja fue haciendo perfectos barquitos de papel.
-¿Me sigues? –Me preguntó sonriente.
-Si… en eso estoy.
Después de alrededor de 45 ó 50 minutos de silencio, terminamos con nuestra flota de barquitos de papel; juntó los suyos con los míos y bajó por las rocas hasta llegar a sólo centímetros del agua. Uno a unos los fue depositando –casi con amor, diría yo- mientras musitaba una suerte de mantra, que a mí; se me hacía muy difícil comprender. Al acercarme me temblaron las manos… él sólo repetía: “Me quiere… mucho… poquito… nada”; en ese mismo orden iba dejando zarpar a sus barquitos




La orilla del río se fue plagando de barquitos mientras él y yo repetíamos eso de “me quiere… mucho… poquito,,, nada… me quiere… mucho… poquito … nada… me quiere… mucho… poquito… nada… me quiere… mucho… poquito… nada…”